La propaganda, en casi cualquiera de sus formas, no tiene límites. Siempre hemos dejado claro eso en este blog, y siempre hemos insistido en los distintos soportes en las que puede lanzarse la misma. Incluso la propia persona puede ser la plataforma ideal de propaganda de una causa. De hecho, es una de las más potentes y deseadas. Una persona que no tenga nada de especial y que sin embargo sea capaz de encarnar todos los valores de una determinada idea o causa. Por supuesto, dentro de esta categoría pueden ir ejemplos superlativos como Gandhi o de consideración moral más cuestionable como De Juana Chaos. Empleados estos dos ejemplos por la proximidad temporal del caso que nos ocupa hoy y porque algunos intentan identificar a nuestra protagonista con el líder indio.
Evidentemente, a estas alturas, y con las fotos decorando la entrada, ya saben que estamos hablando de la activista saharaui Haidar. Una mujer que lleva en una huelga de hambre autodeclarada de veintitres días por negarse a escribir “nacionalidad marroquí” en los impresos de paso de la frontera camino entre España y Marruecos. Encerrada en una especie de tierra de nadie y con una falta evidente de coordinación diplomática que, en un primer momento, la dejó sin rumbo fijo y con un clarísimo motivo para la reclamación política. Sin embargo, lo que debía convertirse en una habitual protesta de un activista en un aeropuerto (dos o tres días, una salida medio falsa y a otra cosa mariposa) se ha enquistado por el empeño de una mujer que ha decidido presentar batalla y una causa que, dentro de lo que cabe, nos toca algo a los españoles.
A nadie se le escapa que ante los relatos de los saharauis, los españoles, tras nuestro paso por la zona en los últimos tiempos de las colonias, despiertan ciertamente su solidaridad. En qué grado, esa es otra cosa. Pero en cualquier caso, resulta inevitable que siempre el más débil es al que más se tiende a proteger. Más cuando se trata de una mujer, madre, que está en huelga de hambre porque reivindica sus derechos. Naturalmente esto lo sabe la activista, que está empleando su caso como una plataforma que en un primer momento podía tener una dirección clara, pero que encallado el caso, no tiene rumbo alguno. Es decir, pasado el momento de la salida falsa, algo a lo que Haider se negó en repetidas ocasiones, y no consiguiéndose que Marruecos tragará, ahora, tal y como está la cosa, parece difícil, por no decir imposible, que Haidar se salga con la suya o que Marruecos acepte mirar para otro lado durante al menos quince segundos. Por tanto, no hay rumbo en la protesta, pues la activista saharaui es consciente, o debería serlo a estas alturas de la película, que no hay ningún tipo de solución posible a sus reivindicaciones.
Por supuesto, esta suma de factores, si no fuese por la atención mediática (alentada por la simpatía española hacia la causa saharaui) y la habilidad de los promotores de la causa de Haidir, habría pasado casi inadvertida. Pero la potencia de la plataforma ha causado su efecto. Hasta los actores, tan odiados como queridos, han hecho su entrada en escena para terminar de atraer el foco en esta batalla entre un Estado, el marroquí, que va a la suya y no quiere saber nada de todo esto más allá de su tradicional opresión a los saharauis, y una activista que carece de honda con la que lanzar su piedra. ¿España? Pues de invitado incómodo y sin saber qué hacer exactamente en una caso claro de “marrón no buscado”.
El papel del Gobierno, que se está cuestionando en dos frentes distintos, uno el de la alimentación-no alimentación y otro el de sus relaciones con Marruecos, está lleno de borrones por no saber qué hacer exactamente en un asunto que no desea que le termine de estallar en las manos. En cualquier caso, habría que aclarar dos cuestiones sobre estas dos corrientes de críticas. La primera de ellas es la dificultad que tengo personalmente de creer que Haidar está en huelga de hambre desde hace veintiún días. No digo que no esté ahora mismo sin alimentarse más que con agua y azúcar, pero no me creo que una señora que ha salido hasta hace tres días en comparecencia pública con un aspecto no demacrado, llevase dieciocho o diecinueve días sin ingerir alimento [vean la foto]. Por suerte o por desgracia, nunca se sabe estas cosas, he permanecido casi diez días sin alimentarme más que con suero, rodeado de gente que se encontraba en circunstancias similares a las mías, y debe decir que después de ese tiempo sin comer nada sólido lo único que queda de ti mismo es un esqueleto. Les recomiendo que pasen por un hospital y observen el rostro blanquecino, con las cuencas hundidas y las venas más superficiales que nunca para saber lo que les digo. Por tanto, a mi esto de la huelga de hambre me suena a una pura especulación propagandística que, seguramente y ante la presunta inminencia de una resolución, está haciendo ahora mismo. No digo yo que no. Pero que la propia Haidar amenace con demandar al Gobierno si le envía otro médico forense (que por cierto ha dicho que no corre su vida un riesgo inminente), me parece un tanto estúpido, por no decir contradictorio. Si te mueres por tu causa, qué mejor que la opinión de un experto que dé fe de ello. Pero al margen de esta consideración personal, tenemos que tener claro que por mucho que deje firmada su voluntad de no recibir tratamiento, el Estado debe actuar en consecuencia y, como hizo hace no mucho, preservar la vida por encima de la causa. Sí. El Estado no debe entender de causas y personas sino del cumplimiento de la ley, por eso es un ente impersonal, eso sí, dirigido por personas que dudan y dan paso a una batalla entre expertos para decidir qué hacer en caso de que se quede inconsciente. Todo un desafío jurídico. Esperemos, en cualquier caso, que no se llegue a un fallo multiorgánico e irreversible y que se alcance una solución a este caso.
Respecto al juego de España y Marruecos, y por extensión el papel de terceros actores como la Unión Europea o Naciones Unidas, la teoría y práctica se impone una vez más. España, que en esta ocasión ha entrado sin buscárselo, mantiene relaciones con un Estado como el marroquí que no sabe muy bien dónde quedan los Derechos Humanos y cosas similares. Pero como la pesca, el control de la inmigración, las fábricas, las teleoperadoras, etc., son del todo fundamentales para los españoles (y otros países de la Unión) y pesan más que algunos de los principios de, por ejemplo, nuestro Gobierno, se vean machacados a diario en suelo marroquí. Ni qué decir tiene que este es el caso de muchos otros. Y si no hagan una lista de países con los que mantenemos todo tipo de relaciones sin cumplir escrupulosamente todos nuestros rectos y sabios principios… claro que también tendríamos que cumplirlos nosotros. Por tanto, ¿qué puede hacer el Gobierno en este caso? Nada más que esperar que se llegue a la solución menos mala. De momento el Gobierno, prudentemente, no ha entrado en este juego y trata de caminar por el alambre mientras busca una solución que no cabree a los marroquíes y que salve a la activista. Aunque seamos serios, tampoco vayamos a creer que por mucho que pueda molestar a Marruecos que España apoye a la causa de la saharaui va a provocar que rompan todas sus relaciones con España o la UE, que de esta relación preferencia se benefician todas las partes.
Repartidas las cartas y colocados los jugadores en la mesa, la partida se juega y la potencia que ha empleado Haidar en su causa deja poco margen a maniobras. Evidentemente esto no quiere decir que si la activista se muere sea culpa suya, pero sí que ha levantado una defensa numantina que le va a ser muy complicada derribar sin perder una batalla más contra la dureza del régimen de Mohamed VI. No hay vuelta atrás sin derrota. Y eso sí que es un riesgo para su vida.
Complicado. Muy complicado. Obvio.
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